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Salón de Valladolid 2011: Primera toma de contacto con el Nissan Leaf

Durante esta edición hemos tenido la oportunidad de probar verdaderos coches eléctricos, coches que levantan las miradas no por su extraño diseño si no por una buena apariencia. Es el caso del Leaf, un modelo que comparte las características técnicas de su hermano francés, el Renault Fluence, pero que dispone de algunas armas que lo diferencias de este.

La prueba realizada ha sido muy limitada, si con el Fluence hemos podido salir por las calles de Valladolid y comprobar entre el tráfico sus capacidades, Nissan ha limitado nuestro recorrido al recinto de la feria, lo que no nos ha permitido disfrutar a fondo del mismo.

Además desde la organización se nos ha metido algo de prisa por la acumulación de curiosos deseosos de probar en sus propias carnes la sensación de conducir por primera vez un coche eléctrico, lo que no nos ha permitido poder comprobar sus características como nos habría gustado, algo que esperamos poder corregir proximanente con una prueba en condiciones.


Un pero a la organización y es que a diferencia de Renault que ha optado por asignar un horario y evitar las absurdas colas, Nissan y el resto de fabricantes han castigado a los interesados en probar su eléctrico con una interminable espera.

Lo primero que diferencia el Leaf del Fluence es el arranque, ya que si en el Fluence debemos introducir nuestra correspondiente llave y girarla, en el Leaf disfrutamos de un sistema de arranque que simplemente pulsando el botón de apertura de las puertas, nos permite guardar la pequeña llave, más grande de lo esperado, y arrancar el coche.

Por supuesto, lo primero que escuchamos es nada, como siempre dudamos si el coche está o no encendido y solamente el ok de nuestro acompañante nos convence plenamente, empujamos el selector de cambios, un pequeño disco, otra de las diferencias con la clásica palanca del Fluence, hacia la izquierda y hacia la posición D, y comenzamos el recorrido.

Al principio la desconfianza nos obliga a ir muy despacio, momento en el que la variedad de colores tanto del navegador como del salpicadero, llama poderosamente nuestra atención, otro elemento diferenciador respecto al Renault, mucho más parco y algo «alemán» en ese aspecto.

Los primeros metros debemos sortear unos conos y apenas podemos apreciar sensaciones, pero en la primera recta, apretamos el acelerador hasta el fondo y con un pequeño silbido nos vemos catapultados hasta una velocidad importante, momento en el que accionamos los frenos y vemos en el ordenador como logramos recuperar parte de la energía utilizada, mientras que el las rectas, al soltar el acelerador, no se nota retención, una nueva diferencia respecto al Fluence.

A pesar de ser un coche pesado, casi tonelada y media, el Leaf se muestra ágil en las curvas cerradas y gracias a una dirección super blanda, nos permite maniobrar prácticamente con un dedo, algo que tal vez le pase factura cuando aumente la velocidad con pérdida de precisión.

El maletero, con 330 litros, parece mucho más grande que el del Fluence, cuando las medidas reales dicen que dispone solamente de 13 litros más que el francés, aunque su profundidad permite introducir bultos más grandes, como por ejemplo tres maletas en posición vertical, mientras que en el Fluence esas mismas maletas podrían topar contra la caída del techo.

Pero donde encontramos la mayor diferencia del Leaf con casi todos sus competidores es en su diseño exterior, un diseño en el que sobresalen los faros delanteros los cuales en las fotos apenas se aprecia pero en vivo podemos ver que se salen de la carrocería unos cuantos centímetros, enfatizando su apariencia de ojos de pez.

En el interior encontramos los plásticos habituales en el fabricante japonés, plásticos duros y blandos compartiendo espacio, y a pesar de un aspecto futurista, el conductor puede encontrar un entorno agradable y nada sobrecargado de tecnología, lo que agradecerán los enemigos de los botones, pudiendo controlar la mayor parte de las funciones desde la pantalla táctil del propio navegador.

En definitiva, un coche que gana en diseño cuando lo tienes delante y que se muestra totalmente preparado para dar el salto de las revistas a la vida real, con unas capacidades que a pesar de ser limitadas, podrían ser suficientes para la mayor parte de los conductores si dispusiésemos una mínima red de recarga en nuestras ciudades, una carencia que se ha puesto especialmente de relieve con la llegada de los primeros coches eléctricos al mercado.

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