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Los aitites del coche eléctrico

Los intentos de las empresas vascas por ganarse un hueco en la constelación mundial de los coches eléctricos no han nacido hace tan sólo algunos meses. No lo hicieron con el acuerdo que el lehendakari, Patxi López, alcanzó el pasado mes de noviembre con Repsol para desarrollar una red de ‘electrolineras’. Tampoco en el momento en que el Gobierno vasco decidió apoyar a Mercedes para construir 100 furgonetas de este tipo en Vitoria. Ni cuando el diputado general de Vizcaya, José Luis Bilbao, firmó un acuerdo con Iberdrola el pasado 26 de enero. Ni menos aún cuando el equipo Epsilon presentó su maridaje con el MIT norteamericano para intentar construir un utilitario ‘plegable’. La lista de iniciativas vascas y, todo hay que decirlo, de fracasos ‘made in Euskadi’ en la automoción eléctrica, tiene varias muescas.

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Los primeros vestigios se pueden encontrar en la localidad guipuzcoana de Eibar, en la empresa Electrociclos, y nada menos que en el año 1953. La compañía había desarrollado a principios de la década de los años 40, en colaboración con Orbea, bicicletas y triciclos eléctricos destinados al reparto de mercancías, y decidió dar el salto a la construcción de un vehículo carrozado de tres ruedas, una pequeña furgoneta -similar a lo que se conocería en la época como un ‘isocarro’- con la mirada puesta también en labores de reparto.

Eran tiempos de postguerra y de grandes dificultades para conseguir combustibles, de ahí que la opción eléctrica se visualizase ya como una alternativa válida. Aquel ‘artefacto’, construido con baterías Tudor y un motor de General Electric de un caballo, que costaba 180 euros de la época y llevaba el transformador incluido para poder recargar en cualquier enchufe conectado a la red eléctrica, tenía una autonomía de 100 kilómetros y una velocidad máxima de 45 kilómetros a la hora.

Tuvo, incluso, un cierto éxito inicial, ya que se llegaron a vender 200 unidades. Sin embargo, resultaba escasamente competitivo por su elevado precio y, en un mundo tan escasamente globalizado como el de los año 50, su mercado local fue la tumba. «La orografía del entorno eibarrés no era, precisamente, la más adecuada para un vehículo poco propicio a las cuestas», asegura el experto en comunicación Luis Alberto Aranberri, que ha realizado recientemente una recopilación de datos sobre aquella experiencia. La compañía, sin embargo, decidió tomar otro rumbo y abandonó la construcción del vehículo y también la de bicicletas, para concentrarse en la producción de herramientas con marca ‘Super Ego’. La fábrica del que puede ser el aitite de los coches eléctricos vascos desapareció y en su lugar se levanta hoy una urbanización de viviendas de protección oficial.

Fuente:
www.elcorreo.com

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