Entrevistamos a Lucía Hortal, una científica española que ha viajado al Ártico en un trineo de viento para estudiar el cambio climático
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Publicado: 17/07/2022 10:21
La emergencia climática que actualmente sufre nuestro planeta está forzando, aunque a veces no con la rapidez necesaria, un profundo cambio en nuestra forma de entender el mundo. Desde la transformación del sector energético hasta el auge de la economía circular, todos los sectores están adaptándose para mitigar su impacto ecológico.
En FCE estamos especializados principalmente en el nicho del transporte. Aunque normalmente nuestros lectores están acostumbrados a leer en nuestra página novedades sobre automóviles eléctricos, probablemente nunca hayan visto un vehículo como el que protagoniza el reportaje de hoy: un trineo de viento especialmente diseñado para expediciones científicas.
Y es que, como no podía ser de otra forma, el sector científico también se está adaptando a esta nueva forma de relacionarnos con la Tierra, apostando por medios de locomoción sostenibles. El Trineo de Viento ha sido recientemente utilizado en el proyecto SOS ARCTIC 2022, que ha tenido como objetivo el estudio del cambio climático en entornos polares.
Lucía Hortal Sánchez, líder científica de la expedición, ha compartido con nosotros su experiencia a través de una entrevista en la que no solo ha desgranado algunos detalles de la travesía, que finalizó el pasado mes de junio, sino que también nos ha explicado el funcionamiento del trineo y ha reflexionado sobre la situación de sector científico en España.
Nacida en Madrid hace 26 años, Lucía Hortal estudió Química en la Universidad Autónoma de Madrid y posee un máster en Química orgánica. Ejerce como investigadora en el departamento de Ciencias Planetarias de la Universidad Libre de Berlín; además, también dirige su propio canal de divulgación en YouTube (Orbytal).
Encabezada por el experto en tierras polares Ramón Larramendi, la expedición SOS ARCTIC 2022 ha supuesto cruzar Groenlandia de oeste a este utilizando únicamente la fuerza del viento. Además de Hortal y Larramendi, el equipo estaba formado por otros cuatro integrantes: Marcus Tobia, Carlos Pitarch, Begoña Hernández y Juanma Sotillos.
Los proyectos científicos llevados a cabo durante la travesía permitirán medir el alcance del cambio climático, lo que a su vez se utilizará para prever futuros cambios en los casquetes y desarrollar medidas de protección no solo para el Polo Norte, sino para todo el planeta. SOS ARCTIC 2022 incide sobre cuatro de los Objetivos de Desarrollo Sostenible contemplados en la Agenda 2030:
- Educación de Calidad (ODS 4): tras la expedición, se llevarán a cabo charlas educativas en diversos centros escolares de Tres Cantos, y se distribuirán contenidos audiovisuales en varias plataformas divulgativas.
- Energía Asequible y no Contaminante (ODS 7): el Trineo de Viento emplea energía eólica y solar, por lo que es un vehículo cero emisiones.
- Acción por el Clima (ODS 13): se trata de una expedición dedicada a la investigación del cambio climático.
- Alianzas para lograr los Objetivos (ODS 17): al generar una red de información y conocimiento entre las organizaciones colaboradoras del proyecto, se mejora la gestión y se facilita la toma de decisiones de cara al futuro.
El viaje comenzó en Narsarsuaq el pasado 26 de abril, donde se puso a punto el trineo antes de iniciar la travesía. Aunque estaba previsto que la subida al glaciar tuviera lugar el 5 de mayo, los avisos de tormenta impidieron volar al helicóptero encargado de transportar el trineo y al equipo, por lo que el pistoletazo de salida se pospuso hasta el día 15.
La expedición, de algo más de 1.000 km y casi cuatro semanas de duración, arrancó el 17 de mayo. El Trineo de Viento, que pesa 2.000 kg, está formado por cuatro módulos: el de pilotaje, el de carga principal, el de habitabilidad, y otro de carga más pequeño que el anterior. En total, mide doce metros de largo y tres de ancho.
Durante el viaje se intercalaron momentos de calma en los que casi no se avanzaba con otros en los que el trineo llegó a superar los 40 km/h. Tampoco faltaron tormentas que obligaron al equipo a amarrar al suelo los módulos del vehículo mediante estacas, tras lo cual tenían que desenterrarlo con cuatro palas y mucho esfuerzo.
Uno de los highlights fue la exploración de la base norteamericana DYE3, construida entre 1956 y 1959 y en estado de abandono desde 1989. Este edificio de seis plantas y 30 metros de altura ha sido engullido casi por completo por el hielo, por lo que los integrantes de la expedición tuvieron que descender desde la cúpula para adentrarse en su interior, donde encontraron revistas de los años 80, un billar e incluso una bebida de hace 33 años… que además se bebieron, pues estaba perfectamente conservada.
Una madrileña en el Polo Norte
ForoCochesEléctricos: ¿Cuál es el germen del proyecto SOS ARCTIC 2022?
Lucía Hortal: Las expediciones se organizan desde Tierras Polares, empresa a la que pertenece el Trineo de Viento. Ofrece viajes de aventura y es la forma de vida de Ramón [Larramendi], que en paralelo tiene el proyecto del trineo. Lleva veinte años trabajando en él y [ha construido] varios prototipos. Ramón tiene un interés específico en que sirva como vehículo cero emisiones para expediciones científicas. SOS ARCTIC 2022 es una expedición privada, aunque la financian tanto compañías privadas como entidades públicas.
FCE: Durante la travesía has desempeñado el papel de líder científica de la expedición. ¿Cuáles eran los objetivos de este viaje al Polo Norte?
LH: Mis dos proyectos están asociados a entidades públicas: la Universidad Autónoma de Madrid y el Centro de Astrobiología. Yo soy la encargada de aportar la «parte científica» de la expedición. El objetivo del viaje en sí es poner a prueba el trineo para saber en qué puede mejorar; cuántos más viajes haces, más imprevistos vas resolviendo. La ruta era nueva, con el mayor número de personas que nunca ha ido y mucha carga, ese era el desafío.
FCE: ¿Fue muy complicado lograr que te asignaran estos proyectos científicos?
LH: En retrospectiva, no. Al final, fue preguntar. Ambas entidades habían colaborado anteriormente con Ramón de forma individual.
FCE: ¿En qué consiste cada uno de los proyectos?
LH: El proyecto de la UAM para el que realicé los experimentos se llama MicroAir Polar. Busca realizar un mapeo global de los microorganismos que se transportan a través del aire y saber dónde colonizan. Estos años se está centrando en los polos. Ya se había realizado una primera campaña en la Antártida.
Mi trabajo [durante la expedición] consistía en tomar una muestra todos los días que fuera posible con unos colectores de viento diseñados para capturar microorganismos (sobre todo bacterias), los cuales después se analizarán para realizar el mapeo. Esto tiene interés en el contexto global de cambio climático y de deshielo generalizado, porque nuevas especies podrían estar disponibles después de miles de años atrapadas en el hielo.
En el caso del proyecto del Centro de Astrobiología, tomé muestras de hielo que después me traje a Madrid, donde se utilizarán para poner a prueba un aparato llamado SOLID (Signs of Life Detector), que detecta biomarcadores [término amplio que engloba cualquier resto o pista que apunte a la presencia de vida presente o pasada]. El objetivo de testar este aparato en el Polo Norte es poder llevarlo luego a Marte para ponerlo en funcionamiento en el casquete polar marciano, por eso hace falta probarlo en un ambiente similar.
FCE: Háblanos un poco del Trineo de Viento, el otro gran protagonista de esta aventura. Ramón Larramendi lleva perfeccionándolo desde 1999. ¿Cómo es este vehículo cero emisiones?
LH: La idea del Trineo de Viento viene de las técnicas ancestrales inuit, que utilizaban vehículos de tracción animal. El objetivo de Ramón era conseguir un vehículo impulsado por una vela. En el módulo de habitabilidad se duerme, se cocina y se hace vida social. La mayor parte del día el vehículo está en movimiento y no se puede hacer ciencia o reparaciones, por lo que hay que llevarse entretenimiento.
En el módulo de pilotaje normalmente hay dos personas, una con más experiencia que la otra. El «conductor» tiene una poleas a través de las que se maneja la relación con el viento que está soplando, como si fuera un barco. El viaje fue muy tortuoso y sufrido, nos costó mucho llegar al punto medio de la ruta, la base norteamericana DYE3. Pude conducir un poco; es duro, muy duro conducir el trineo. El sistema de poleas necesita una revisión, un punto en el que Ramón está trabajando ahora.
El trineo se portó muy bien, cumplió a la perfección con su función. El primer y tercer módulo son literalmente tiendas de campaña. La de atrás está cerrada, la de conducción no tiene parte delantera. Van sobre unas plataformas divididas por segmentos para poder sortear las irregularidades típicas de una expedición polar. Para la carga del equipo audiovisual, contamos con dos paneles solares de 75 W, los cuales también podrían servir como backup para los equipos científicos, si bien en un principio son autosuficientes. Como curiosidad, no teníamos enchufes en sí, por lo que tuvimos que adaptar todo a tomas USB o mechero. Hubo que pelar y soldar mucho cable…
FCE: El sector de la ciencia lleva mucho tiempo precarizado en nuestro país. Tú eres un buen ejemplo de ello, pues has tenido que emigrar a Alemania por falta de oportunidades laborales. Para sacar adelante la expedición científica, has tenido que buscar tú misma los fondos. ¿Podría decirse que tu participación en la expedición ha sido por amor a la ciencia?
LH: Si no hubiera amor a la ciencia no lo habría hecho, pero también quería empezar a abrirme camino para encargarme de la parte científica de otras expediciones en el futuro.
FCE: ¿Podrías contarnos cuál es tu visión del sector de la ciencia en España? ¿Cómo ves su evolución en los próximos años? ¿Qué le pedirías a las autoridades para mejorar la situación?
LH: Mi historia personal, aunque contada desde la óptica de una persona individual sin conocimientos concretos sobre cómo hacer políticas públicas, podría servir para sacar algunas ideas generales de cuáles son los problemas a solucionar.
Durante los primeros meses de la pandemia (2020), estuve buscando trabajo para financiar mi participación en la expedición. Antes de eso busqué sponsors sin mucha suerte. Después de 4-5 meses buscando todos los días y echando muchas horas sin recibir respuesta alguna, decidí irme a Alemania con menos de 200 euros ahorrados.
Como ya conocía las fechas, tenía una ventana de tiempo para conseguir 15.000 euros y así poder participar en la expedición. Esto es impensable en España, porque no llegas a los 15.000 euros anuales en tu primer trabajo. En Alemania conseguí casa y trabajo en menos de un mes, cobrando más que mis dos hermanos juntos, que llevan años cotizando en nuestro país.
Esa es la primera diferencia entre la realidad de España y Alemania. Con la misma metodología de estar varias horas al día buscando, en menos de un mes consigues lo que no has conseguido en España. Con este trabajo y a base de muchos sacrificios personales, físicos y mentales, en siete meses y medio conseguí ahorrar prácticamente la totalidad de los 15.000 euros que necesitaba para participar. Esto en España simplemente no ocurre en tu primer trabajo como científico, sea en una empresa privada o en una entidad pública.
¿Por qué habiendo ahorrado tanto dinero tuve que buscar sponsors? Después de haber dejado el trabajo para ir a la expedición, se aplazó el viaje debido a la pandemia, lo que fue un mazazo emocional. Ya tenía cerrado otro trabajo en la Universidad Libre de Berlín… para cuando terminara el viaje. Como tuve que gastar parte de mis ahorros para subsistir hasta entonces, tuve que buscar patrocinadores.
Conseguir sponsors fue lo más duro de todo el proceso, al menos hasta que logré el primero, que siempre es el más difícil, pues le estás pidiendo a una entidad que deposite su confianza en ti, pero no tienes a nadie con el que hayas colaborado previamente para poder dar veracidad a dicha apuesta.
Tirando de contactos, llegué a una persona responsable dentro de la empresa GMV, que tras escuchar en qué iba a consistir el proyecto se animó a presentárselo a sus superiores. A partir de ahí empezó un proceso bastante complejo en el que ambas partes tratamos de hacer que nuestros intereses coincidieran, y a partir de ahí redactamos un contrato de patrocinio.
Con entidades públicas en general es más complicado. En mi caso no lo ha sido porque he ido al Ayuntamiento de Tres Cantos, mi ciudad natal. La concejala de Educación me conocía porque me dio clase en el instituto, le gustó el proyecto y decidió que me quería ayudar, pero he de decir que ha sido la excepción de la norma.
También lo intenté con el Ministerio de Ciencia, el Comité Polar Español, RENFE, el Instituto de las Mujeres, el Canal de Isabell II… En la mayoría de casos, o no hacen patrocinios, o tienes que ajustarte a sus procesos de publicación de becas y ayudas para proyectos, que suelen tener unos requisitos muy concretos. Entre que lo han encorsetado todo bastante y que las fechas en las que salen las ayudas no suelen coincidir, es prácticamente imposible lograr fondos de entidades públicas, sobre todo a nivel estatal.
A GMV y el Ayuntamiento de Tres Cantos tendríamos que sumar el apoyo de Aitor Sánchez, del canal de divulgación Mi Dieta Cojea, el patrocinio de mi profesor Ernesto Brunet a través de la Fundación UAM, y una campaña de crowdfunding en GoFundMe. Mi idea inicial con el crowdfunding era cubrir gran parte de los fondos y no tener que recurrir a más de un sponsor, pero al final no fue posible: se quedó un poco por debajo de un tercio de lo que cuesta la expedición. Lo abrí hace casi un año y no tuvo el empuje esperado. A pesar de todo, un montón de gente a la que estoy muy agradecida donó para dicha campaña. Sin ellos y sin la confianza de los patrocinadores, no podría haber ido a la expedición.
FCE: ¿Cómo fue pasar tantas semanas en el Polo Norte?
LH: La experiencia fue una pasada. Una desconexión brutal que echo mucho de menos ahora que estoy de vuelta. Un aislamiento que merece la pena, honestamente. Al final de la expedición encontramos un nunatak, un pico de montaña que asoma por encima de la capa de hielo perpetuo del casquete. La altura del casquete es descomunal, de más de 2.000 metros en muchas zonas. La aparición de un nuevo nunatak es un signo inequívoco del cambio climático, del deshielo de los casquetes polares y del daño que estamos haciendo al Ártico en general, pues es la región del planeta que más sufre con ello.
FCE: ¿Cuál fue el momento más crítico durante la expedición?
LH: El mío, personalmente, estuvo relacionado con la parte científica. Los dos experimentos se completaron satisfactoriamente a pesar de que hubo bastantes contratiempos, algunos de gran alcance y calado, aunque pude solventarlos. Todas las muestras han llegado a su destino, y estamos a la espera de que los equipos científicos realicen sus correspondientes estudios.
La primera vez que fuimos a realizar la toma de muestras del suelo para el proyecto SOLID, nos topamos con una veta de hielo muy dura. Las cuchillas del taladro se pegaron y se rompió. Sin embargo, Ramón hizo una sugerencia muy buena a raíz de la cual desarrollamos un plan alternativo, que básicamente consistió en cavar nosotros mismos. Así pudimos realizar el resto de muestreos que necesitábamos.
No hubo un momento crítico común, aunque el día antes de llegar a la base DYE3, el viento lo que decía es que no íbamos a llegar. Veníamos de tres semanas de subida tortuosa hasta el punto más al norte de la ruta. Se suponía que iba a ser «el evento» de la travesía, llevábamos más de dos semanas con una privación sensorial considerable viendo todo el rato un paisaje completamente blanco y llano en todas las direcciones.
Cuando el día estaba cubierto y no se veía el horizonte, era como estar en medio de la nada, mientras que cuando estaba despejado había un cielo completamente azul, sin pájaros y con un silencio absoluto. Cuando llegamos a la DYE3, lo primero que oímos los que estábamos en el módulo de habitabilidad fueron los gritos de júbilo de los compañeros que estaban en el módulo de pilotaje, porque se veía la cupulita de la base.
FCE: ¿Repetirías la experiencia?
LH: Sí, claro. Si aguantas las condiciones, estas experiencias resultan adictivas. Ya tengo ideas para nuevas aventuras polares. Me ha marcado, porque es una experiencia de desconexión absoluta que apenas un mes después ya echo en falta. El poder mantener un diálogo interno es un privilegio que pocas personas tienen con la actual mega-conexión con todo el mundo, que no necesariamente es mala, pero requiere descansos de ella de vez en cuando. Estas experiencias me proporcionan eso.
Además, estás en el Ártico, algo que es muy ajeno a una española. Es una experiencia exquisita que repetiría sin lugar a dudas, y hay otras modalidades similares que también me atraen mucho. Además, a saber si podré seguir haciéndolas durante mucho tiempo, porque no nos estamos tomando excesivamente en serio el cambio climático. Por mucho que se firmen tratados, no estamos tomando acciones decisivas y necesarias para revertirlo.
Todo lo que sea echar un cable, arrimar el hombro y aportar mi granito de arena para que la investigación científica nos ayude a entender mejor estos sitios y así poder protegerlos, eso que me llevo. Además de la experiencia personal, que es increíble, te sientes bien porque sabes que estás haciendo algo que va a tener trascendencia y que puede ayudar un poco a las personas que están intentando proteger estos parajes.