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El increíble despilfarro de dinero público en el hidrógeno. Estados Unidos acumula 1.400 millones de dólares en los últimos años, sin apenas resultados prácticos

A pesar de ser cara, poco eficiente, y con pocas aplicaciones prácticas, la tecnología de las pilas combustible de hidrógeno ha recibido más de 1.400 millones del gobierno de los Estados Unidos en los últimos años. Un gasto que ahora está en entredicho por la aparición de alternativas de movilidad más económicas y efectivas, que ven como los fondos disponibles para el desarrollo se siguen destinando a una tecnología de hidrógeno que continúa drenando dinero de las arcas públicas.

Pero antes de sentenciar la tecnología, vamos a repasar algunas de sus principales características, y por qué para muchos el dinero público invertido en ella es un dinero tirado a la basura.

¿Qué es una pila de combustible de hidrógeno?

Una pila de combustible de hidrógeno es un dispositivo de conversión electroquímico que produce electricidad a partir de hidrógeno y oxígeno. Aunque el hidrógeno es el elemento más abundante en el universo, no existe en la naturaleza en su forma pura: el hidrógeno puro debe producirse a partir de fuentes naturales. gas, carbón, biomasa o agua. Los defensores apoyan la tecnología porque el agua es el único subproducto de la producción de energía, pero la cadena de suministro consume mucha energía, es extremadamente costosa y en los vehículos a menudo producen mayores emisiones de CO2 que muchos coches de gasolina .

Una tecnología extremadamente cara

Los métodos para producir hidrógeno son todavía demasiado costosos. El hidrógeno a menudo se deriva de gas natural, carbón o biomasa, y todas estas fuentes además de tener un coste elevado, producen importantes emisiones de CO2, lo que reduce el efecto de sustituir a los vehículos con motor de combustión.

La producción de hidrógeno a partir de agua por electrólisis es una buena alternativa. Pero se ve frenada más allá de pequeñas pruebas piloto, habitualmente financiadas con fondos públicos, precisamente por sus enormes costes económicos y bajo rendimiento. La infraestructura necesaria para alimentar la electrólisis usando energía eólica o solar tendría un coste de miles de millones de dólares, y el uso de energía nuclear requeriría cientos de nuevos reactores nucleares y más uranio del que se produce actualmente a nivel mundial.

La distribución desde el punto de producción hasta el punto de demanda también tiene sus problemas. Debido a la densidad de energía volumétrica extremadamente baja del hidrógeno, se requieren aproximadamente 22 remolques con depósito de hidrógeno comprimido para entregar la misma cantidad de energía que un solo tanque de gasolina. El envío por tuberías no es mucho mejor: por ejemplo, para transportar hidrógeno 1.400 kilómetros, se requiere el gasto de 1,5 kg de hidrógeno para hacer llegar a destino 1 kg de hidrógeno. Además, las propiedades químicas del hidrógeno hacen que las tuberías sean más propensas a la fractura, lo que hace que el transporte sea aún más caro y potencialmente peligroso.

Un portador de energía poco eficiente

Además del coste total, el hidrógeno en sí mismo es un portador de energía poco útil. El hidrógeno requiere grandes cantidades de electricidad para ser producido, comprimido, almacenado, distribuido y enviado a su destino. Además, se producen pérdidas de energía en cada fase de esta cadena de suministro, lo que supone que solo entre el 20 y el 28% de la energía original generada se puede recuperar para uso final.

Por ejemplo, los coches eléctricos a batería, pueden utilizar más del 60% de la energía original, lo que los hace tres veces más eficientes que los modelos a hidrógeno.

No es una solución climática efectiva

Los partidarios mencionan las virtudes de los coches a hidrógeno como una tecnología de «cero emisiones», pero a menudo no es así: la mayor parte de la producción de hidrógeno procede de combustibles fósiles o biomasa, lo que produce una cantidad significativa de CO2. Los científicos, incluido el Secretario del Departamento de Energía, Steven Chu, están cada vez más de acuerdo en que la tecnología de vehículos a hidrógeno tienen una línea de tiempo demasiado larga para justificar el gasto de una cantidad significativa de recursos públicos hacia ella, considerando que ya existen alternativas superiores.

A pesar de todo esto, los gobiernos continúan invirtiendo dinero público en su desarrollo. Como ejemplo los 1.400 millones de dólares que llevan invertido el congreso de los Estados Unidos en los últimos 15 años. Pero a pesar de las recomendaciones de los expertos, incluyendo el propio secretario del departamento de energía, el Congreso americano tenía otros planes: la Cámara de Representantes solicitó 153 millones para la investigación de pilas de combustible de hidrógeno y el Senado solicitó otros 190 millones. En última instancia, las dos cámaras acordaron asignar 174 millones al Programa de Tecnología del Hidrógeno, ignorando la solicitud del DOE.

Las fuentes de la industria y el Consejo Nacional de Investigación han estimado que la investigación sobre pilas de combustible de hidrógeno puede necesitar hasta 55.000 millones de dólares de dinero público en los próximos quince años.

Un dinero que no asegura ni mucho menos el completo desarrollo de la misma, tal como indica el propio Secretario de Energía, que ha indicado que el hidrógeno todavía tiene que superar cuatro retos clave antes de convertirse en una alternativa viable a nivel comercial. Cuatro milagros tecnológicos como los ha definido el Sr Chu, que se buscarán con financiación públicas mientras al mismo tiempo existen alternativas viables ya en funcionamiento.

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