
La falsa obsolescencia de los coches eléctricos: mito, miedo y desinformación
Los críticos llevan años augurando que el coche eléctrico no es válido por factores como la poca duración de su batería. Pero el paso del tiempo está desmintiendo estos mitos y exponiendo una imparable evolución en autonomías, carga, precios y durabilidad.

Y es que en las discusiones sobre el coche eléctrico, siempre emerge la cuestión de la presunta poca duración de los vehículos. La supuesta obsolescencia programada. Esta idea, alimentada por el ritmo constante de avances tecnológicos, genera dudas que a menudo carecen de fundamento real. Lejos de ser un freno objetivo, esta preocupación refleja más bien un desconocimiento del producto o, directamente, un rechazo emocional a abandonar el coche térmico.
Desde la primera generación de esta era moderna del coche eléctrico, los principales frenos a la adopción han sido siempre los mismos: el precio, la autonomía y la infraestructura de recarga. Y aunque todos han evolucionado positivamente en los últimos años, sus argumentos siguen vigentes en muchas conversaciones.
En el caso del precio, es cierto que muchos fabricantes han aprovechado las ayudas públicas para mantener precios elevados, pero también es innegable que la diferencia con los modelos térmicos ha disminuido, especialmente en el mercado de ocasión.

En cuanto a la autonomía, los modelos actuales ofrecen ya entre 300 y 500 km reales en muchos casos, cifras impensables hace apenas una década. Hace diez años, moverse con 150 o 200 km era habitual en el día a día. Hoy, esa misma cifra se logra incluso con modelos urbanos. Para desplazamientos ocasionales más largos, la red de recarga ha mejorado notablemente en cobertura, potencia y precios.
Pero lo que ahora ocupa el centro del escepticismo es la obsolescencia. Primero la de las baterías, después la de la potencia de carga y, por último, la del software del coche. Y en ninguno de los tres casos hay motivos serios para paralizar la compra de un coche eléctrico si el modelo encaja con las necesidades del conductor.
En lo relativo a las baterías, ya no hablamos de 16 o 22 kWh como hace una década, sino de capacidades que de media superan ampliamente los 50 kWh, y que en muchos casos se acercan a los 80 o incluso 100 kWh. Estas cifras permiten, incluso con una degradación natural tras años de uso, mantener autonomías perfectamente válidas para el día a día incluso a largo plazo. Por no hablar de que la mayor parte de los fabricantes ofrecen garantías de 8 años en este aspecto, lo que supone un aviso del optimismo sobre la vida útil de las baterías para las propias marcas.

Respecto a la carga, se ha generado una percepción errónea: si un modelo no puede cargar a 800 V o más de 300 kW, ya no vale la pena. Pero la gran mayoría de coches eléctricos actuales cargan a potencias de entre 100 y 150 kW, lo cual sigue siendo más que suficiente para recargas útiles en trayectos largos. La clave no está tanto en la potencia máxima, sino en cómo se mantiene esa curva durante el proceso de carga.
Otro tema recurrente es el del sistema operativo del vehículo. Muchos temen que, al igual que los móviles, el software del coche quede obsoleto o ralentizado tras ciertas actualizaciones. Y aunque algunos fabricantes han introducido pagos por actualizaciones pasados unos años, en la práctica, un coche eléctrico sigue siendo funcional sin necesidad de mantener al día cada función conectada. Para la mayoría de conductores, las herramientas esenciales como la navegación o la planificación de rutas están disponibles de forma externa mediante Android Auto o Apple CarPlay, sin depender del sistema nativo del vehículo.
Un coche eléctrico puede ser una excelente opción de compra hoy, sin temor a que pierda valor tecnológico de forma abrupta. La clave está en el enfoque: si se compra para mantenerlo más allá de los tres o cuatro años típicos de un renting, la preocupación por el valor de reventa se diluye, especialmente cuando hablamos de modelos con baterías grandes y potencias de carga razonables.
Y un coche eléctrico hoy en día podrás tenerlo a largo plazo, lo que supone una pérdida de valor de reventa, pero un ahorro considerable respecto a tener uno de combustión.
Coches que podrán pasar de padres a hijos sin preocupaciones de si funcionarán bien o serán una fuente de problemas mecánicos. Y eso después de más de una década, es una cantidad enorme de dinero en combustibles, mantenimientos y el coste de cambiar de coche cada x cientos de miles de km.