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Como el posible colapso de la industria petrolera nos muestra la urgente necesidad de electrificar el transporte

Estos días estamos siendo testigos de un suceso único en la historia de la todopoderosa industria petrolera. Una caída de precios que ha llevado incluso los futuros que vencen el 28 de abril se están vendiendo a precio negativo. Algo que tendrá consecuencias imprevisibles dentro de un mercado que ha visto como el consumo ha caído un 30%, una cifra que podemos comparar con el 4% sufrido durante la dura crisis económica de 2008.

Antonio Turiel, científico titular en el Institut de Ciències del Mar del CSIC, ha publicado un interesante artículo en su página The Oil Crash titulado «Tormenta negra» en el que analiza la actual situación, y donde desgrana no sólo la evolución actual de un mercado en plena caída, sino también las graves consecuencias que puede tener esta para la economía.

En este podemos ver como el mercado se enfrenta a una producción muy superior a una demanda que se ha congelado por el coronavirus. Algo que está obligando a usar los depósitos de reservas que están a punto de alcanzar su máxima capacidad. Y es aquí donde encontramos unos de los principales problemas y es que detener la producción de un pozo petrolífero no es simplemente cerrar un grifo.

Como explica Antorno: «El flujo de extracción en muchos pozos de petróleo veteranos no pueden regularse fácilmente: si se baja demasiado el ritmo de extracción, debido a la enorme presión a esas profundidades, la roca reservorio de la que se extrae el oro negro tiende a consolidarse y a colapsar los canales por los que fluye el petróleo; y una vez recementada resulta prácticamente imposible recuperar la porosidad inicial y volver a los ritmos productivos anteriores – peor aún, una parte del petróleo in situ deja de ser recuperable. Es por eso que muchos productores son reacios a bajar demasiado su producción, porque después no podrán volver a los ritmos de producción anteriores e incluso podrían perder reservas de petróleo.»

Esto quiere decir que muchos pozos simplemente no pueden pararse, y con los depósitos llenos y la demanda en mínimos incluso en la segunda mitad de año, nos encontramos en una situación donde el petróleo seguirá saliendo de la tierra, pero sin nadie que lo pueda almacenar y mucho menos comprar. Una situación que provocará el colapso de buena parte de la industria, incluyendo las refinerías encargadas de transformar ese petróleo en diésel, gasolina, queroseno y otros productos plásticos.

Unas refinerías que serán uno de los eslabones más delicados ya que como nos explica el propio Antonio, no es fácil ni barato reconfigurar cada refinería a un tipo diferente de petróleo. Y es que si cerramos unos pozos, y abrimos, otros, ese petróleo posiblemente no se adapte a la configuración actual.

La urgencia de electrificar el transporte

Esto nos muestra que la dependencia del petróleo para el transporte es un elemento con muchos más peligros que el medioambiental y la dependencia energética de estados con graves carencias democráticas y de respeto de los derechos humanos. Es también un riesgo desde el punto de vista de un suministro que como vemos no es nada fácil adaptar a las necesidades de cada momento.

Algo que podemos ver en esta parte del artículo: «…porque para 2025 lo que habrá no será una caída del consumo de petróleo, de la que se puede remontar si las condiciones cambian, sino una caída de la producción, originada por factores físicos como es la falta de rentabilidad energética y económica de los yacimientos que quedan en el mundo, y que por tanto no se puede remontar: no será una caída provisional como la de ahora, sino una permanente y definitiva, que solo podría ir – y lo hará – a peor. Y no será una caída del 30% como ahora, sino que más bien rondará el 40%. La crisis del CoVid lo que ha hecho es precipitar nuestra caída por el acantilado energético al cual nos estábamos acercando. Es necio ahora discutir sobre cuándo será el peak oil: ya ha pasado, y jamás volveremos a producir tanto petróleo como se había llegado a producir. Ni nos acercaremos.»

Y es que aunque sabíamos que en algún momento habría un «peak oil» o un crash de la industria, realmente no estábamos preparados para afrontar una situación que ahora además se ha adelantado unos cuantos años según las estimaciones previas a la crisis del coronavirus.

Una tormenta negra que amenaza con paralizar buena parte de la cadena productiva del transporte que se ocupa no sólo de llevarnos cada día al trabajo, sino también de alimentar la maquinaria del campo que produce la comida, los camiones y barcos que lo transportan, y en definitiva, una apuesta todo a uno que como vemos es una total temeridad.

Las energías renovables y los coches eléctricos. Una oportunidad demasiado grande que no debemos dejar pasar

Sobre todo cuando tenemos a nuestro alcance alternativas con menos impacto ambiental, más económicas y que se pueden alimentar de unas energías renovables que al diferencia del petróleo, si pueden aumentar o reducir su producción de una forma mucho más sencilla. Una energía de producción local, que además supondrá la creación de millones de puestos de trabajo, y que logrará una fuerte sinergia con la industria del transporte eléctrico. Otro polo de creación de trabajo.

Algo que debería llevar a los gobiernos de espacios tan dependientes de los carburantes externos como Europa, a tomar medidas serias y de gran calado para que la transición hacia la movilidad eléctrica sea una realidad mucho antes de lo estimado. Unos planes poco o nada ambiciosos, que podemos escenificar en proyectos como el de prohibir las ventas de coches diésel y gasolina en 2040 como proponen Francia o España, que como vemos son plazos tremendamente temerosos y conservadores que no sirven para absolutamente nada más allá del día de su anuncio y la repercusión publicitaria en las semanas posteriores.

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