Sin que se haya resuelto todavía la crisis de los microchips, agravada desde 2020, el siguiente episodio puede ser aún peor, de confirmarse las previsiones más pesimistas. La isla de Taiwán está ahora de plena actualidad, está en medio entre un pulso entre Estados Unidos y China. Los españoles llamábamos a la isla Formosa, pero su nombre oficial es República de China (sin el «Popular»).
Resumiendo mucho la situación, en la China continental ganaron los comunistas y establecieron una dictadura socialista, mientras que los chinos nacionalistas se fueron a Taiwán, anterior colonia japonesa, y se acabaron declarando independientes. Un puñado de países reconocieron esa independencia, entre los cuales no está ni Estados Unidos. Su soberanía está disputada. Para la República Popular de China, la de Xi Jinping, Taiwán es una provincia rebelde (y tanto, como que no la controlan desde 1949).
La visita de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, ha levantado ampollas y soliviantado a los chinos, dando lugar a la Cuarta crisis del estrecho de Taiwán. Han puesto en marcha la dialéctica prebélica y programado ejercicios militares hasta el domingo incluso en aguas territoriales de la «isla rebelde». Taiwán está bien armada con equipamiento estadounidense. Se juega con antorchas alrededor de bidones de gasolina.
¿Y esto en qué nos afecta?
Taiwán es uno de los principales fabricantes de semiconductores del mundo. Estos componentes electrónicos se usan en cualquier trasto electrónico desde pulseras deportivas hasta coches eléctricos. En función de sus funciones son más o menos complejos, pero se han convertido en componentes absolutamente vitales para automóviles. Es una de las razones de la producción limitada de los fabricantes, por su escasez.
Hace solo unos meses, la Federación Rusa se puso a hacer unos ejercicios militares masivos cerca de la frontera de otro país, Ucrania, y todos sabemos en qué acabó eso el 22 de febrero, en una invasión con todas sus letras. Taiwán se resistirá como los chinos continentales intenten invadirla. Una de las primeras consecuencias es que Taiwan Semiconductor Manufacturing Company Ltd (TSMC), el principal fabricante de microchips del mundo, parará su actividad.
Los taiwaneses están más adelantados que los chinos en tecnología de 28 nanometros. Mark Liu, el presidente de TSMC, declaró a CNN antes de la llegada de la diplomática estadounidense que su empresa no se puede someter por la fuerza, ya que está conectada con sus divisiones internacionales y solo así funciona. Incluso en China se produciría un caos tecnológico por falta de microchips, y China es «la fábrica del mundo», al menos en productos tecnológicos. Eso incluye los coches eléctricos.
De los 202.000 vehículos eléctricos que exportó China en el primer semestre del año, prácticamente la mitad los fabricó Tesla, 97.182 unidades, y eso que la marca americana tuvo la fábrica cerrada 20 días por el cerrojazo «COVID cero» impuesto por las autoridades y el posterior embotellamiento del puerto de Shanghái. China es el principal productor de automóviles del mundo, y el primer mercado mundial desde 2011. Desde ese punto de vista, ni a los chinos les interesa poner a Taiwán de rodillas.
Si Taiwán dejase de hacer microchips las consecuencias irían mucho más allá de simples retrasos en las entregas de Tesla y que el despliegue de dragones chinos se produzca en Europa (BYD, NIO, XPeng, SAIC…). Las consecuencias van a ser mundiales, y se enquistarán problemas conocidos: menos producción de bienes electrónicos, atascos logísticos, volatilidad de precios, fábricas paradas (ERTEs o despidos), afectaciones en balanzas comerciales, etc.
Para que todo eso ocurra, no hace falta que nadie pegue un solo tiro, bastaría con que haya un bloqueo a la isla por mar y aire, ya que por tierra ya tiene esa limitación natural. Lo más conveniente para todos es que a partir del domingo los militares taiwaneses y chinos vuelvan a sus cuarteles a entretenerse con sus cosas, y el comercio y la industria funcionen con toda la normalidad posible.
En caso contrario, los vientos de guerra pueden degenerar en una situación totalmente imprevisible. EEUU lo dejó caer, apoyaría a Taiwán contra China, y eso coloca a la especie humana más cerca de la extinción que el riesgo de un meteorito catalogado como «destructor total».