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El impulso de las energías renovables y el coche eléctrico empieza a hacer estragos entre la industria del petróleo

Esta pasada semana conocíamos el anuncio de la entrada en bancarrota de la petrolera norteamericana Chesapeake Energy. Una tendencia que parece se está acelerando debido a las enormes deudas que atenazan a un sector golpeado por la crisis del COVID-19, pero también por las cada vez más competitivas alternativas como las energías renovables y los coches eléctricos.

El caso de Chesapeake es bastante llamativo ya que es una empresa que se acoge al proceso de bancarrota acumulando una deuda de nada menos que 9.000 millones de dólares. Una cifra considerable que no es más que la punta del iceberg de un sector que solo en Estados Unidos ha visto como en los últimos cinco años 200 compañías dedicadas al petróleo han seguido el mismo camino por la cada vez menor competitividad del otrora oro negro.

Fundada en 1989, esta compañía ha llegado a ser un verdadero gigante dentro del sector con una capitalización bursátil de más de 37.000 millones de dólares. Pero la deriva del sector, con un fuerte impacto durante la crisis económica del 2008, provocó un colapso de la demanda y de su valor, que se ha quedado según la última estimación en apenas 115 millones de dólares.

Tampoco parece que la expansión de la actividad hacia el gas natural ha servido de válvula de escape, y la agresiva campaña de compra de terrenos para las explotaciones ha terminado con una montaña de deudas que ahora no puede hacer frente, sufriendo una pérdida de su valor en bolsa de 8.300 millones de dólares solo en el primer trimestre de este año, y eso a las puertas de la explosión de una crisis del coronavirus que ha ayudado a acelerar el que podría ser el fin del camino de una nueva compañía petrolera a la que seguramente seguirán otras muchas en los próximos años.

El petróleo se enfrenta a su mayor desafío desde la guerra de Irak. ¿Se beneficiarán los coches eléctricos de esta situación?

Una bancarrota que tiene mucho de simbólico ya que supone una nueva piedra sobre un sector cuyas nuevas inversiones son cada vez más complejas de lograr, lo que supone entrar en un círculo vicioso que debería acelerar el colapso que tendrá como consecuencia directa una aceleración en la implantación de unas alternativas más sostenibles y cada vez más competitivas en el aspecto económico, que además traerá grandes beneficios para espacios como Europa, fuertemente dependiente del petróleo y gas externo.

Así lo ha expresado en su momento William Todts, Director ejecutivo de la organización Transport & Environment, que en un artículo publicado el pasado mes de abril ha puesto cifras al enorme peaje que cada año pagamos en Europa por la dependencia del petróleo, y que debería servir de guía para los políticos de la UE de cara a su Plan de Recuperación de la eurozona de cara a la salida de la crisis del coronavirus.

Según las estimaciones, las recientes bajadas del precio del barril de petróleo desde los 70 dólares hasta los 20 dólares, supondrá que Europa se ahorrará unos 100.000 millones de euros este año. Y eso que hablamos de cifras muy lejanas a los máximos a los que ha cotizado el barril, cuando el Brent llegó los 143 dólares en 2008. Un dinero que en lugar de marcharse a los países productores se quedará dentro del sistema y que ayudará a incentivar el ahorro y el consumo.

Una Europa electrificada, con un nivel de dependencia del petróleo muy reducida, lo que de forma directa supondrá un ahorro de varios cientos de miles de millones de euros en cada ejercicio. Además podemos sumar toda la economía interna que moverá una producción energética propia, como los millones de puestos de trabajo en la instalación y mantenimiento de las energías renovables, la expansión de una red de recarga para vehículos eléctricos, y no nos olvidamos de los costes económicos y humanos de una contaminación que tiene en el transporte su principal fuente, y que lastra las economías por los costes médicos e los tratamientos de las enfermedades pulmonares de millones de europeos.

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