Volkswagen necesita invertir, Porsche necesita cobrar: el choque que amenaza la supervivencia de ambos
La familia Porsche-Piëch necesita dividendos de Volkswagen para pagar sus deudas, justo cuando el grupo alemán se queda sin liquidez. A la vez, Porsche atraviesa un bajón que reduce aún más esos ingresos. El choque de intereses amenaza la estabilidad de ambos fabricantes.

La familia Porsche-Piëch, uno de los clanes más influyentes de la industria del automóvil europeo, vive atrapada en una situación que amenaza tanto a Volkswagen como a Porsche. Lo que desde fuera parece un poderoso imperio industrial es, en realidad, un castillo construido sobre dos pilares que empiezan a tambalearse. Y lo más preocupante es que cada pilar depende del otro, creando un círculo vicioso bastante delicado.
Todo empieza con el dinero. Hace años, Hans Michel Piëch pidió un préstamo enorme para comprar acciones dentro del propio holding familiar. Para pagarlo, depende de los dividendos continuos que salen de Volkswagen.
Pero justo ahora, Volkswagen está en plena tormenta: la transición al coche eléctrico se le está atragantando, sus ventas se derrumban en China, que era su mina de oro, y la competencia de Tesla y BYD aprieta como nunca. El grupo prevé cerrar el año con caja neta en cero, y el riesgo de empezar a quemar reservas el próximo es real. En un escenario así, mantener dividendos generosos roza lo insostenible.

Sin embargo, esa presión por seguir repartiendo dinero no solo frena a Volkswagen: también bloquea las reformas que necesita con urgencia. Una parte del clan rechaza vender activos o trocear el grupo, aunque muchos expertos coinciden en que es la única salida para recuperar competitividad. El resultado es que Volkswagen necesita cambiar, pero la familia teme perder poder y prefiere conservar el statu quo. Y mientras tanto, el reloj sigue corriendo.
La ironía es que Porsche, el otro gran activo de la familia, tampoco pasa por su mejor momento. El fabricante de Stuttgart ha sido históricamente la joya de la corona, pero ahora sus resultados están perdiendo brillo. El dividendo de Porsche ya ha caído un 25% este año y la propia marca ha avisado de que el del próximo será “significativamente menor”. Y aquí llega el segundo problema: si Porsche paga menos, la familia ingresa menos… y la presión sobre Volkswagen aumenta todavía más.

Es decir: Porsche necesita que Volkswagen pague más, justo cuando Volkswagen no puede pagarlo. Y Volkswagen necesita que Porsche se mantenga fuerte, justo cuando Porsche también empieza a flaquear. Un equilibrio tan frágil que basta un mal año para que todo el esquema financiero del clan se desestabilice.
Lo grave es que estas tensiones internas ya afectan a las dos empresas: decisiones lentas, retrasos, luchas de poder y salidas de directivos clave son síntomas de un imperio que intenta mantenerse firme sin tener claro hacia dónde caminar. Lo peor son las perspectivas de inversión, que en el caso de Volkswagen se estimaba que serían de 165.000 millones para el periodo 2025-2029, que bajarán hasta los 160.000 millones, y para 2024-2028 las cifras eran incluso más altas, pero tendrán también que adelgazar.
Al final, el mayor riesgo es que esta estructura familiar, que durante décadas dio cohesión al grupo, se convierta ahora en el lastre que impida reaccionar a tiempo. Volkswagen necesita inversión, agilidad y una visión clara para competir en un mercado que cambia cada mes.
Porsche también necesita recuperar rumbo y prestigio. Pero el escenario es cada vez más complejo para unos grupos alemanes lastrados por los elevados costes de producción en su mercado, los aranceles de Estados Unidos, la presión de la competencia en China, a lo que se suman unos grupos chinos que ahora empiezan a trasladar esta presión también a Europa.

