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El etanol a base de maíz mezclado con la gasolina tiene más emisiones que la gasolina pura, según un nuevo estudio

A alguien se le ocurrió una vez que para reducir las emisiones y las importaciones de petróleo se podía incorporar una fracción de biocombustible a la mezcla que se vende en los surtidores, tanto de gasolina como de gasóleo. De hecho, es así, cuando vamos a repostar no echamos derivados del petróleo al 100%, hay una fracción de combustible vegetal, de ahí las denominaciones E5 (5% etanol), E10, E85, B7 (7% de aceites vegetales), B30, etc.

Los motores pueden funcionar sin adaptaciones previas con pequeñas fracciones de biocombustible sin ningún problema, las complicaciones vienen con altas concentraciones, véase el caso del E85 o el B30. Cuestiones mecánicas al margen, no es una verdad absoluta que los biocombustibles reduzcan las emisiones, de hecho, su utilización puede ser contraproducente y es algo que hay que fiscalizar adecuadamente.

En la Unión Europea los grupos ecologistas ya han llamado la atención por el uso de biocombustibles como un remedio peor que la propia enfermedad, sobre todo si la parte de biodiésel hay que traerla de Argentina o Malasia y con una notable deforestación a cambio. En Estados Unidos también están repasando su política de utilizar bioetanol a partir del maíz y otros cultivos para hacer la gasolina y el gasóleo más «ecológicos».

Objetivos de combustibles renovables en Estados Unidos, en miles de millones de galones

Desde 2005 está vigente en el país el Estándar de Combustible Renovable (RFS), que obliga a las petroleras a mezclar unos 15.000 millones de galones (más de 56.781 millones de litros) de biocombustible al año. Como resultado, aumentaron las tierras dedicadas al consumo de maíz y hubo interferencias con el precio de los cereales para alimentación hasta en un 30% (2008-2016). Y también podría estar aumentando las emisiones que pretenden evitarse, así como daños medioambientales por el uso de fertilizantes.

Un nuevo estudio publicado por la publicación oficial de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, realizado por un equipo liderado por el Dr. Tyler Lark, contradice los datos de estudios previos también encargados por el Gobierno de EEUU y su Departamento de Agricultura (USDA). Afirma que el uso de biocombustibles empeora el problema -hasta un 24% más de emisiones de CO2– y no son mejores que la gasolina fósil.

Como contrapartida tenemos que la Asociación de Combustibles Renovables (RFA) pone en tela de juicio el estudio a través de su presidente, Geoff Cooper, por considerarlo «completamente ficticio y erróneo«, por asumir siempre el peor escenario y por haber realizado picoteo de datos para condicionar el resultado. Vamos, que cuestiona la metodología y por tanto las conclusiones. Obviamente son parte interesada.

En la entrevista el señor Geoff Cooper afirma que, partiendo de datos gubernamentales, el aumento de superficie cultivable para maíz no ha implicado deforestación al haberse cambiado el cultivo en tierras existentes y porque en 2007 había más superficie cultivada de la que hay ahora mismo. Es decir, niega el aumento de emisiones asociado a la pérdida de masa forestal y pone en duda la objetividad del estudio al estar financiado por la ONG Federación Nacional de Vida Salvaje (NWF), que también se hizo eco en su web del estudio del Dr. Lark.

El quid de la cuestión está en cómo contabilizamos los eslabones de la cadena.

Sí, el crecimiento de las plantas captura el CO2 al realizar la fotosíntesis, por lo que al liberarse de nuevo el CO2 en los tubos de escape no hay un aporte neto. Pero sí lo hay, para cultivar maíz se utiliza maquinaria industrial (produce emisiones), se utilizan fertilizantes (producen emisiones) y dependiendo del suelo puede liberarse carbono que estaba en tierra (produce emisiones). Y luego está la cuestión del transporte, claro.

Así, dependiendo cómo hagamos la suma, sale un balance de emisiones negativo o positivo. Unos dicen 30% peor, otros dicen hasta 50% mejor

El Gobierno de Estados Unidos está revisando aquellas políticas que pueden mejorarse para reducir las emisiones. Como la norma RFS marcó los objetivos hasta 2022, pero no más allá, la Agencia de Protección del Medio Ambiente (EPA) puede actualizarlos. Es el momento de considerar todos los estudios para determinar cuál da una visión más realista y, si esta política es contraproducente, desecharla o reformularla.

Los biocombustibles no están exentos de polémica, sobre todo los que parten de cultivos susceptibles de consumo humano (primera generación) y no tanto los que parten de desechos o excedentes (segunda generación). Como alternativa está la producción de combustibles sintéticos a partir de energías renovables, aire y agua, pero aunque su aporte carbónico sea beneficioso siguen teniendo un problema, lo que sale por el tubo de escape puede contaminar exactamente lo mismo.

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