El Tesla Model S se ha convertido en uno de los coches más interesantes de la historia del automóvil. Pero también puede haberse convertido en uno de los más peligrosos. Al menos para la industria del petróleo, que ha comenzado a ver como un coche eléctrico se ha convertido en un objeto de deseo. Otros modelos de coches eléctricos no consiguen competir con sus homólogos de combustión, ya sea por precio o por autonomía. Pero el Model S ha conseguido ponerse a la par (sino por encima) de coches de su misma gama y precio. Con ello, ha conseguido romper el pensamiento tradicional acerca de los eléctricos. No es que las grandes petroleras teman a Tesla, sino a la semilla plantada por ésta.
Ya hubo un intento de impulsar la movilidad eléctrica allá por los años 70, debido a las crisis del petróleo que ocurrieron durante la década. Pero fuera por las influencias de las grandes petroleras o por la falta de interés de los fabricantes, coches como el EV-1 acabaron desapareciendo de las carreteras y concesionarios.
Pero esta vez, en el que se puede llamar el segundo intento de implantar los coches eléctricos, no hay vuelta atrás. Si bien es cierto que los modelos de primera generación aún tienen mucho que mejorar, no los veo desapareciendo otra vez. Al contrario, las marcas están apostando fuerte por sus modelos de segunda generación, gracias a los cuales quieren acercar la movilidad eléctrica a casi el 100% de los usuarios. Hablamos de modelos como el Bolt, el LEAF II o el Model III.
Si estos modelos, al igual que el Model S, consiguen ya no equipararse, sino acercarse a sus homólogos de combustión en prestaciones tendrán muchas papeletas para ser elegidos a la hora de comprar un coche. Y en ese momento las petroleras comenzarán a temer no solo a Tesla, si no al coche eléctrico en general.
Fuente | AlbertaOil