Ni la Tierra es plana, ni Elvis está vivo, ni las bicicletas eléctricas son para vagos. Múltiples estudios han respaldado la hipótesis de que las bicicletas eléctricas también son buenas para la forma física de sus usuarios, al menos las de pedaleo asistido. Estas bicicletas ayudan hasta 25 km/h y, en el caso de Europa, no aportan más de 250 W (equivalente a un ciclista en muy buena forma). Pasada esa velocidad son bicicletas pesadas y ayudan a hacer gemelos también.
En 2019 conocimos un estudio de la revista Transportation Research Interdisciplinary Perspectives que afirmaba que los ciclistas con bicicletas EPAC hacen más kilómetros y montan más tiempo, por lo que no hacen menos ejercicio que los ciclistas puros. A igualdad de recorrido, por pura lógica, un ciclista sin ayudas está haciendo mayor ejercicio, pero una cosa compensa la otra.
Al poco tiempo, conocimos otro estudio de Brigham Young University con ciclistas de montaña iba en la misma línea. Apenas 10 latidos por minuto de diferencia entre ciclistas puros y asistidos, pero con el aliciente de no temer a una pendiente que reviente al ciclista. Hay un componente psicológico en salir a pedalear y pensar en la pereza que da subir ciertas rampas «rompe piernas» o hacer una kilometrada y llegar reventado. Y no todo el mundo monta en bicicleta para hacer deporte…
Los datos de los fabricantes igual, porque algunas bicicletas cuentan con sensores y aplicaciones que indican el uso que se hace de ellas. En la misma línea que Rad Power Bikes, esta vez es el fabricante Coyote el que hace alarde del beneficio físico que tienen sus clientes al montar en bicicletas eléctricas. Suelen hacer 40 kilómetros a la semana, unos 4,5 km por recorrido y nueve semanales, que es el equivalente a 650 calorías o salir a correr hora y media. Es un ejercicio repartido que anima a usar la bicicleta respecto al autobús, el coche privado, o ir andando.
Respecto a los ciclistas urbanos sin asistencia, los asistidos están haciendo un 8% más de distancia y montando un 15% más. Y en un mes de recogida de datos, las diferencias en consumo de oxígeno, presión arterial o carga muscular solo fueron del 2%, y a favor de los ciclistas puros. Eso no es nada. Nuevamente, una cosa compensa a la otra.
En los últimos años el auténtico boom en vehículos eléctricos se está dando en las bicicletas. Aunque algunas tienen unos precios de escándalo, suelen salir más baratas que cualquier scooter de gasolina o eléctrico, se benefician de carriles discriminados donde pueden ir más rápido que los vehículos a motor (de media, claro), se hace ejercicio con ellas… y su consumo de electricidad es ridículo. Además, facilitan mucho la movilidad a aquellos que no llevan bien el dar pedales a secas.
Requieren mantenimiento, sí, pero una minucia en comparación con vehículos a motor, y sin necesidad de seguro -es recomendable tener uno por si acaso-, ni matrícula, ni pagar más impuestos que al momento de comprarlas, etc. Con razón se están popularizando tanto, en seis años hay una previsión de que el mercado alcance un valor de 50.000 millones de dólares. Telita.
De todas formas, si lo que se trata es de hacer deporte en plan serio, una bicicleta de carretera con la que se hagan salidas de más de 100 kilómetros acaba curtiendo más, porque las eléctricas a fin de cuentas tienen su autonomía, y por encima de 25 km/h es preferible llevar una bicicleta más ligera y rápida. Pero claro, esa es una cosa, y otra distinta son los desplazamientos habituales.
Aunque solo sea por no llegar al trabajo, a la universidad o a cualquier otro sitio chorreando sudor, ya pueden merecer la pena respecto a las bicicletas de toda la vida, sobre todo en ciudades con desniveles como puede ser Madrid o Barcelona.
