¿Podría Stuttgart convertirse en un segundo Detroit?

La industria del automóvil vive un momento decisivo en Alemania. Stuttgart, corazón del motor germano, observa con preocupación el reflejo de Detroit y la amenaza de la quiebra de su industria automovilística incapaz de adaptarse a los nuevos tiempos.

¿Podría Stuttgart convertirse en un segundo Detroit?
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Publicado: 09/11/2025 11:32

La gran pregunta es si Stuttgart puede acabar como Detroit. Algunos creen que sí. Los expertos alemanes aseguran que la industria alemana está condenada porque no ha sabido adaptarse a tiempo al coche eléctrico. No apuntan directamente a Stuttgart, pero sí lanzan una advertencia haciendo una comparación que la quiebra de la industria del carbón.

Otros ofrecen una visión menos fatalista. Jürgen Dispan, del Instituto IMU de Stuttgart, ve en Detroit un aviso, no un destino inevitable. Explica que, a diferencia de la ciudad estadounidense, la región alemana cuenta con una estructura industrial más diversificada: desde fabricantes y proveedores hasta ingenierías, centros de desarrollo y maquinaria de precisión. Stuttgart, dice, es una “región de solucionadores de problemas”. Pero para seguir siéndolo, deberá mantener unida la producción y el desarrollo, y reforzar la conexión entre ambos mundos.

Lo que está claro, añade Dispan, es que no hay marcha atrás. El coche definido por software, más conectado, más automatizado, más eléctrico, llegará sí o sí. La cuestión es cómo aprovechar esa certeza para diseñar estrategias de futuro en lugar de resistirse al cambio.

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El investigador Stefan Bratzel, del Center of Automotive Management, coincide: “Nos queda poco tiempo para reaccionar. Si no somos más innovadores, no podremos seguir siendo caros”. Apunta también a un problema de fondo: los costes laborales son elevados y las horas de trabajo, reducidas. Y recuerda que eso fue precisamente una de las causas del colapso de Detroit.

Los paralelismos no terminan ahí. En los años 70, cuando la crisis del petróleo cambió las reglas del juego, los fabricantes estadounidenses siguieron apostando por los coches grandes y de alto consumo. Japón, con Toyota al frente, aprovechó la ocasión y lanzó al mercado vehículos más pequeños y eficientes. En pocos años, la cuota de los fabricantes locales en EE.UU. cayó del 70% al 50%. La decadencia se aceleró. En 2008, el desempleo en Detroit alcanzó el 25%, y en 2013 la ciudad se declaró en quiebra, con una deuda de 19.000 millones de dólares: la mayor bancarrota municipal en la historia del país.

No es de extrañar que los alcaldes de las ciudades automovilísticas alemanas estén inquietos. El propio Frank Nopper, alcalde de Stuttgart, ha pedido apoyo estatal para el sector, consciente de lo que se juega su ciudad.

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Porque el llamado “círculo vicioso de Detroit” es fácil de entender: cuando desaparecen los empleos, se pierde poder adquisitivo; la gente se marcha; los comercios cierran; el centro urbano se vacía y la ciudad se empobrece. Los ayuntamientos, sin ingresos fiscales, dejan de poder sostener los servicios públicos, y los programas culturales o sociales pierden financiación.

Detroit ya pasó por todo eso. Pero también muestra que hay salida. La ciudad empieza a levantar cabeza: se han instalado nuevas industrias, nacen startups, y la producción de automóviles, aunque más pequeña, vuelve a ser rentable. Paradójicamente, hoy Detroit se considera una ciudad creativa, incluso atractiva, pero el paso por el desierto ha sido extremadamente duro.

Por eso, cuando algunos en Estados Unidos celebran las políticas proteccionistas de Donald Trump, que buscan revivir los motores de combustión “de toda la vida”, muchos en Detroit lo ven como un paso atrás. Porque ya saben cómo acaba esa película.

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