Hoy día hay una oferta creciente de servicios de suscripción para que la clientela tengan la máxima flexibilidad si quieren disfrutar de un coche, pero no tener que comprarlo. No solo eso, poder disfrutar también de una serie de servicios asociados. Parecerá algo muy novedoso, pero ya se hizo a principios del siglo pasado.
En 1899 se fundó en Estados Unidos la Columbia, de las pocas automovilísticas que había por entonces, que se dirigía a una clientela muy reducida y con un poder adquisitivo notable. En 1901 estuvo en la Exposición Universal de París, donde mostró sus últimos modelos 100% eléctricos con 44 elementos de batería y una autonomía de unos 64 kilómetros.
Estos vehículos contaban con un par de motores eléctricos, uno para cada rueda trasera, y por entonces iban por delante de los de combustión interna. Ahora bien, no estaban diseñados para viajar, sino para desplazamientos urbanos. El intercambio de baterías ya se había planteado como la forma más rápida de reanudar la marcha cuando la carga escasease.
Columbia ofreció en lugares como el Reino Unido un servicio de suscripción con cuota fija mensual, en el que estaban cubiertos el mantenimiento de las baterías, lavado del vehículo y cambio de baterías por otras cargadas. No había que preocuparse por nada. Es más, hasta podían ofrecer por un módico extra chóferes para ocasiones especiales.
Este fabricante tuvo un éxito relativamente alto en su país natal, donde superó las 1.000 unidades -mucho para la época- en un año, antes de que Henry Ford pusiese el mercado patas arriba con su económico y simple Model T. En el Reino Unido uno de sus ilustres usuarios fue la Reina Victoria, además de un tal Charles Rolls, que a la postre fundó la Rolls-Royce junto a Henry Roice.
Vía | Autocar