
¿Son suficientes 300 km reales de autonomía para un coche eléctrico?
¿Y si 300 km de autonomía fueran más que suficientes? Una nueva estrategia busca hacer el coche eléctrico más ligero, barato y eficiente, renunciando a baterías sobredimensionadas y confiando en una infraestructura de carga cada vez más accesible.

Desde el inicio de esta era moderna del coche eléctrico, los fabricantes han librado una carrera tecnológica centrada en una sola obsesión: aumentar la autonomía. De los 150 o 200 km iniciales, hemos pasado a 400, 500 o incluso más. Hitos de eficiencia y desarrollo que sin embargo se han topado con un problema. El precio de los vehículos. Ahora, algunas marcas están planteando un paso atrás con modelos de baja autonomía, pero precios mucho más razonables. ¿Es el momento de abrazar esta alternativa?
Esta es la idea que le ronda por la cabeza al ex-CEO de Lucid Motors, y que puede ser seguida por otras marcas. Coches eléctricos, sin ser urbanos, con 300 km de autonomía y carga rápida. Una receta con mucho potencial.
Esta propuesta, que a priori parece contradictoria, busca replantear la forma en la que medimos el valor de un coche eléctrico. Si bien la «ansiedad por la autonomía» sigue siendo uno de los principales frenos a la adopción masiva, la creciente expansión de la infraestructura de carga podría estar cambiando las reglas del juego.
Autonomía moderada, bajo coste

El enfoque que plantea esta estrategia es claro: abandonar la obsesión por cifras récord de autonomía para centrarse en lo que verdaderamente necesita el usuario medio. El objetivo es fabricar vehículos más eficientes, asequibles y ligeros, con un tamaño de batería optimizado. Una autonomía de 300 kilómetros reales permitiría cubrir sin problema los desplazamientos diarios de la gran mayoría de conductores, especialmente en entornos urbanos y metropolitanos.
Según datos recientes, la media diaria de uso del coche en países como Estados Unidos ronda los 64 kilómetros por día, lo que implica que con una sola carga, un coche con 300 km de autonomía podría cubrir entre 4 y 5 días de uso normal sin necesidad de recargar.
En España, las cifras son incluso inferiores. Según datos de la DGT, antes de la pandemia (2019), los turismos recorrían una media de 11.563 kilómetros al año. En 2023, esta cifra fue ligeramente inferior, de 11.204 kilómetros al año. Si dividimos esto por 365 días, obtenemos una media diaria de aproximadamente 30,7 km/día (en 2023) o 31,6 km/día (en 2019).
Además, con un número creciente de puntos de carga pública y doméstica, las posibilidades de cargar mientras el coche está parado se aumentan considerablemente. Si cada estacionamiento se convierte también en una oportunidad de carga, desaparece la necesidad de grandes reservas de autonomía “por si acaso”.
Impacto técnico y económico del cambio de paradigma

Desde un punto de vista técnico, diseñar vehículos con autonomías más contenidas permite usar baterías más pequeñas, lo que reduce el peso total del vehículo, mejora la eficiencia energética y disminuye el coste de producción. Estos factores son clave para reducir el precio de venta al público, permitiendo que el coche eléctrico sea realmente accesible para un mayor número de personas.
Además, este cambio también tiene beneficios ambientales. Las baterías de menor capacidad requieren menos materiales críticos, como litio o cobalto, lo que alivia la presión sobre la cadena de suministro y disminuye la huella ecológica de cada vehículo fabricado.
Este enfoque contrasta con la estrategia actual de muchos fabricantes, que siguen apostando por cifras de autonomía cada vez más altas, aunque a costa de mayores costes, baterías sobredimensionadas y un uso ineficiente en entornos reales.
¿Está preparada la infraestructura, y el mercado, para este modelo?

La clave del éxito de esta estrategia está, sin duda, en la madurez de la red de recarga. En países con una buena densidad de cargadores, particularmente en zonas urbanas, un coche con 300 km de autonomía resulta perfectamente funcional y cómodo. Puede hacer una hora y media de camino, con una parada de media hora, para completar más de 400 km. En cambio, en regiones donde la infraestructura sigue siendo deficiente, los usuarios seguirán priorizando la autonomía como factor de compra.
Por tanto, el modelo de coche eléctrico con una autonomía baja no es universal todavía, pero sí representa una solución coherente en mercados donde la recarga ya forma parte del ecosistema urbano. Todo apunta a que en los próximos años, esta estrategia puede permitir a los fabricantes ampliar su base de clientes y ofrecer coches eléctricos más asequibles y sostenibles.
La propuesta de diseñar coches eléctricos con autonomías reales de 300 km, fuera de los segmentos urbanos, puede parecer contracultural en un mercado dominado por cifras máximas. Sin embargo, se alinea con la lógica del uso real, la eficiencia energética y la necesidad de democratizar la movilidad eléctrica. Si la infraestructura continúa desarrollándose al ritmo actual, no solo será suficiente: podría convertirse en el nuevo estándar de la próxima generación de coches eléctricos.