
Alemania regaló su tecnología y ahora sufre la factura industrial
La industria alemana del automóvil cedió su tecnología a China a cambio de beneficios a corto plazo. Ahora los fabricantes chinos compiten de tú a tú en Europa. La falta de reciprocidad comercial ha debilitado la posición industrial del continente.

Durante décadas, la industria del automóvil en Alemania fue sinónimo de liderazgo tecnológico, calidad, prestigio y también ventas y beneficios. Hoy, sin embargo, la situación ha dado un giro radical. Ya no es Tesla el único rival al que temer, sino el conjunto de fabricantes chinos que, con una estrategia a largo plazo, han logrado ponerse al nivel, y en muchos casos superarlo, de los históricos fabricantes alemanes. Este cambio de escenario es resultado de una política industrial china muy bien ejecutada y de una preocupante falta de visión estratégica por parte de las marcas alemanas.
El problema no radica únicamente en la irrupción de nuevos competidores, sino en cómo se ha permitido ese crecimiento desde dentro del propio sistema occidental. Fabricantes como Volkswagen aceptaron durante años condiciones extremadamente restrictivas para operar en China. Para poder vender en el país asiático, tuvieron que constituir empresas conjuntas (joint ventures) con socios chinos, sin posibilidad de control mayoritario, transfiriendo así su conocimiento tecnológico a cambio de acceso al mercado. El resultado: China ha dejado de necesitar esa colaboración. Ya cuenta con fabricantes propios capaces de competir, e incluso superar, a los gigantes europeos.
Mientras tanto, el supuesto punto fuerte de Europa, su ventaja en capital humano y capacidad de innovación, ha ido erosionándose. China ha absorbido conocimiento técnico mediante tres vías muy efectivas: estudiantes en universidades extranjeras, la adquisición de empresas tecnológicas occidentales y la copia sistemática a través de los acuerdos de cooperación industrial. La apuesta del Gobierno chino por crear fabricantes competitivos en sectores clave, como los coches eléctricos, se ha basado en una estrategia proteccionista al estilo del “arancel educativo” propuesto por Friedrich List: restringir el acceso a su mercado para forzar la producción local y proteger a sus marcas mientras se desarrollan. Ahora que ese aprendizaje está consolidado, los fabricantes chinos se lanzan a competir sin necesidad de la tutela occidental.
La miopía estratégica de los fabricantes alemanes

Lo más preocupante no es solo haber perdido la ventaja tecnológica, sino haberlo hecho voluntariamente. Los grandes grupos alemanes aceptaron las condiciones impuestas por Pekín a cambio de beneficios a corto plazo, ignorando las advertencias sobre los riesgos del traspaso de tecnología. No hubo protección del conocimiento industrial, ni límites claros en la cesión de propiedad intelectual. Todo apunta a que decisiones clave se tomaron con el foco en el corto plazo, impulsadas por los bonos millonarios de los directivos más que por una visión estratégica del futuro de la industria.
Este cortoplacismo ha pasado factura. Hoy, China no solo no necesita a los fabricantes alemanes, sino que los desafía en todos los mercados, incluso en Europa, con modelos más baratos, tecnológicos y adaptados a las nuevas necesidades. Las condiciones laborales menos exigentes, estándares medioambientales más laxos y el menor gasto en innovación han permitido a los fabricantes chinos una expansión muy rápida y eficiente. A eso se suma un nuevo riesgo geopolítico: si China avanza en su amenaza de anexionar Taiwán, como ya ocurrió con Rusia y Ucrania, podría convertirse en un mercado inaccesible para las marcas europeas.
La respuesta europea ha sido tímida y tardía. La Unión Europea y Estados Unidos han tolerado durante años esta estrategia de desequilibrio. En lugar de establecer relaciones comerciales basadas en reciprocidad, es decir, permitir a China lo mismo que China permite a los demás, se ha priorizado mantener el acceso a corto plazo al mercado asiático, incluso a costa de ceder los pilares de la competitividad a largo plazo.
Europa: aprender del error y reconstruir el liderazgo perdido

Si Europa quiere mantener su posición industrial en el mundo, es necesario un cambio profundo de enfoque. Se debe apostar por una especialización más agresiva en productos con alto valor añadido para el comercio internacional, invertir decididamente en investigación, infraestructuras y educación, y reformar los incentivos empresariales. Las bonificaciones a directivos no pueden estar ligadas únicamente a los resultados anuales, sino al crecimiento sostenible y a la protección de los activos estratégicos.
También se necesita una protección efectiva de la propiedad intelectual: el conocimiento tecnológico no puede regalarse en acuerdos de cooperación, y mucho menos permitir que empresas clave sean absorbidas por grupos controlados directa o indirectamente por gobiernos autoritarios. Formar ingenieros para las marcas que acabarán compitiendo con las nuestras es, simplemente, una forma de suicidio económico.
El principio de reciprocidad debe convertirse en norma: China solo debería tener acceso en Europa a lo que Europa puede hacer en China. De lo contrario, se seguirá profundizando en una dependencia comercial insostenible, mientras se erosiona el tejido industrial propio. Lo que está en juego no es solo el liderazgo en coches eléctricos o tecnología de movilidad, sino el bienestar económico de todo el continente.